En una colonia aislada de la ciudad de Xalapa, en México, donde ni siquiera existe un servicio medical, las mujeres tomaron la iniciativa de construir un huerto de alimentos y plantas medicinales. Tomar su futuro en mano, para su colectividad, y también para sí misma. En este lugar desafectado donde se armó el proyecto del huerto compartido, tenemos una manifestación de un feminismo ecológico. Al contacto de la naturaleza, rodeada de sus compañeras, cada una va al encuentro de su entorno, de su individualidad como mujer. Tuve la oportunidad compartir con ellas unos de estos momentos de vida, en el calor mexicano, las manos llenas de tierra.
El grupo « Prospera »
Nos confía una como se inició el proyecto. Todo empezó en 2017 cuando el grupo “Prospera”, con 120 familias, fue invitado a un taller sobre la violencia gracias al Instituto de la Mujer. Las mujeres eran las más motivadas para asistir a estas sesiones. Así apareció la idea de una “Red de las mujeres de la colonia del Moral”. La capacitación era una vez a la semana, y trataba de violencia de género. De ahí, cada año hasta hoy, el grupo disminuyó, pero mientras seguían capacitación sobre los derechos humanos, las denuncias, las ayudas sociales, el autocuidado, la relajación entre otras cosas. Iban a empezar en 2020 cursos sobre la autonomía, que fueron cancelados por la pandemia. De allí llego el proyecto de los huertos.
“En nuestra colonia no tenemos centro de salud, doctores. Hay que salir de la colonia para tener consulta. Empecemos a ver que antes nos cuidábamos con plantas, con pomaditas, nosotros dijimos que sería bueno aprender a usar las plantas medicinales. Estas tradiciones se están perdiendo. (…) El objetivo es aprender a preparar remedio, comercializarlos. Abrir nuestra farmacia seria el punto de llegada. “
Un cotidiano difícil
Para la mayoría, el huerto es una distracción, una manera de salir del cotidiano, un cotidiano que puede ser una gran fuente de sufrimiento. Las múltiples formas de violencia, que sean físicas, psicológicas, educativas, patrimoniales, son parte de la vida de las mujeres. Violencias sexistas que se transmite de generación en generación, a veces por las propias madres. Violencias normalizadas, a través del matrimonio donde la mujer borra sus propios deseos y sueños al beneficio de su esposo y de sus hijos. La rutina, la ausencia de reconocimiento de su trabajo doméstico, a los cuales se añaden, a veces, las agresiones gratuitas. Es de lo cual esas mujeres intentan liberarse.
“El huerto nos sale de la rutina cotidiana que tenemos en casa, y dedicar este tiempo al huerto es tiempo que nos dedicamos a nosotras. Convivimos, escuchamos música. Me siento sin estrés, de buen humor. Me sentí feliz con las primeras cosechas: comer algo que sembré, trabajé, es una delicia, es algo incomparable.”
Una de ellas me contó como la reanimó la red. La pérdida de su hijo, y de varios familiares con la pandemia, le ha afectado mucho. Paró sus medicinas, y se dejó llevar por el corriente. Hasta que el proyecto del huerto de la red le dio un nuevo aliento, la reconectó con la tierra, con las plantas que curan el cuerpo y el alma. Me contó: “Yo no escuchaba música, no miraba fotos de mi hijo. Ahora escucho música, salgo a visitar familiares. Mi hija me dijo que mi voz se escucha diferente, más franca, más reanimada.”
El casamiento a muy tempran edad
A veces, es también escapar del cotidiano con un esposo “a fuerte carácter”. Eso por casarse joven, sin saber lo que representa una vida juntos. Una me explica que, para los padres, sobre todo los que no tienen muchos recursos, “más rápido se casa una hija, mejor es”. Como una carga en menos. Pero una vez juntada, comprometida, la verdadera naturaleza del esposo se despierta, y no hay puerta de salida.
“Yo me junté con mi pareja muy joven. Iba a tener quince años. Estaba muy chamaca. Tuve una vida difícil. Él era mucho mayor que yo, de ocho años. Tenía una vida que vivir. Entonces, viví muy poco tiempo, me embaracé muy rápido (…) Después del nacimiento de mi (segunda) hija, mi marido me empezó a maltratar. No me pegaba, pero me gritaba, tiraba las cosas cuando llegaba tomado. Fue una vida que yo me aguanté, pero no le dije a mi mama para no preocuparla.”
“Al inicio, cuando llevábamos un año, se portaba bien. Después me embarazó y él cambió. No sabía que era violente. Tenía quince años, no sabía que era violencia. Yo supe que era violencia cuando llegué con la red, (…) Ya sé, lo que debo permitir, lo que no debo permitir.”
Una mujer me contó las presiones que sufrió por parte de su marido para tener un hijo varón: “La pequeña, jovencita, tiene mucho resentimiento con su papa. Porque cuando me embaracé, él quería un niño. Yo soy católica, a mí no me importa el sexo, lo que quiero es que sea completo. (…) Cuando me dijeron que era niña, yo lloré. Mi suegra me lo reprochó, porque su hijo quería niño. Yo dije, no la voy a rechazar, es mi niña. Me dije “la vas a guardar, vas a sufrir, y si el papa no hace caso, no importa. Yo la voy a querer”.
Las desigualdades en la educación
Esta visión del casamiento insoluble, muy conservadora, es también transmitida por las propias madres (o las suegras) que encuentran siempre razones a los maltratos de los hombres. “El casamiento es para siempre”, no importa lo que pasa. Y las diferencias de tratamiento entre mujer y hombre se integran desde la niñez, en la educación:
“Los malos tratos empezaron desde la niñez porque mi familia traía un trato violento hacia las mujeres. Los niños podian salir, y las niñas no iban a la escuela, tenian que casarse. Desde niña, tuve que luchar el doble para alcanzar lo que quería. De adolescente, tuve mucha responsabilidad, tenía en cargo dos hermanitos, como si fueran mis hijos, aunque tenía once años. Era una niña cuidando a otros niños, aunque no era mi responsabilidad. De adulta, vivir la violencia y normalizarla, vivirla con la pareja. Le contaba a mi mama que me levantaba la voz y la mano, y me decía que es normal, me preguntaba que había hecho mal.”
“Como mujer, sufrí mucho. Cuando (mi madre) tuvo mi hermano, como era varón, se focalizaba en él. Cuando tenía ocho años, tenía que trabajar para su alimento de él. Siempre trabajé, mi mama nunca consintió, ni a mi hermana ni a mí. Volviéndose madre, no quiera dar la misma vida a mis hijos. “
“Tenía como once años. A este momento, mi madre perdió mi respeto. El (su padrastro) me dio una cachetada, y mi mama no hizo nada, se quedó callada. “Soy tu hija, porque no haces nada.””
“Mi suegra se mete en todo, y mi marido me culpabiliza. A veces no sé si tengo que seguir o definitivamente irme. Yo le digo que ya no se meta su madre a marido, pero me dice que, si me voy, no me va ayudar con las niñas, pero que si va a querer verlas. Yo digo que no es así. No la puedes ver si no te vas a ocupar de ellas.”
Las soluciones para liberarse
De hecho, el huerto representa un rendimiento propio para ellas, que significa adquirir la autonomía para poder irse. Estas mujeres se construyeron una nueva estima de ellas mismas, y quieren transmitir a las generaciones que vienen el poder que tenemos como mujeres. Que existen instituciones para ayudarles a salir del circulo de la violencia. Una mujer me contó las violencias que sufrió en sus uniones, y cuanto desea que eso cambie: “Me hubiera gustado tener apoyo. Ellos (sus “compañeros de vida”) me dominaban mucho. Me da gusto por ellas, porque no van a ser como yo no tan dominadas. Ellas ya se pueden defender más. Hay un lugar que se llama el “Instituto de la Mujer” donde te escuchan, tu pueden ayudar para que nos sufres todo esto, la violencia del esposo. No existía esto antes, nadie me ayudó. Ahora puedo dar consejos a otra familia. Lo que hace tu esposo, no es por amor, es por violencia. Necesitan alguien que la echa la mano, que le explique.”
Otra me confía: “Me gustaría cambiar la forma de ver de otras mujeres, que vean que ellas solas, con sus propios medios, pueden salir adelante. La fuerza y la decisión es dentro de cada de nosotras: si podemos dar la luz a un bebe, podemos con todo.”
Ser mujer, ser valiente
Al unirse, convivir, contarse sus historias, ir a los cursos sobre la violencia de género, ellas se construyen una nueva definición de lo que es ser mujer, lejos de lo que les enseñaron. Una mujer fuerte, capaz de sobrepasar todo, y dueña de su destino. Y aquí les dejo con las maravillosas palabras de estas mujeres:
“Yo antes tenía la idea que una mujer no podía estudiar, no subir a un árbol, que una mujer tenía que quedarse en la casa. Una mujer tiene los mismos derechos que lo hombres. Podemos jugar fútbol si queremos, trabajar, aún un trabajo pesado. Podemos ser lo que queremos ser. Si yo quiero ser ingeniera, arquitecta… Eso es ser mujer.”
“Creo que se aprende más siendo mujer. (…) Ser el sexo débil da prioridades. Sexo débil porque no tenemos nada. Pero yo no soy débil, soy fuerte.”
“Para mi ser mujer es tener valor. Antes tenía las mujeres en un concepto muy feo. Ahora sé que puedo hacer mis propias reglas. Quiero trabajar para mí misma. Quiero ser independiente, no ser mantenida para mi hombre. Mis tías, nada más fueron amas de casa, y no quiero seguir sus pasos. Es muy bonito (ser ama de casa), pero me parece importante guardar su espacio. Eso es ser independiente, es lo que me importa.”
“Como mujer, ahora que soy grande, puedo decir que todo es posible, y nunca es tarde para hacer las cosas.”
“Aunque soy mujer, lo puedo lograr, y lo voy a lograr. Vamos a pensar positivo. Nos va a costar, nos vamos a cansar, vamos sudar, claro.”
“Ser mujer significa lucha. Todo lo que hacemos nos cuesta el doble (de esfuerzos), también es lo que nos fortaleza. Te vuelves una persona más resistente al luchar.”
“Es momento de darnos cuenta que, si nosotras las mujeres no unimos, podemos muchas cosas. Tenemos que parar de competir, la diferencia de cada una es una fuerza. En un colectivo, un grupo, es la unión de todas estas diferencias que hace la fuerza. “
¡Gracias a todas ellas!